La declinación de un imperio parece engendrar crecientes brotes
de locura individual y colectiva.
O en todo caso, cada loco en su extraviado delirio avisa que
el mundo ha devenido un laberinto que más se desquicia a cada paso.
Pero la locura estuvo, larvada, desde el principio.
No otra cosa que un extremo delirio requiere el nacimiento
de este y de aquel y de todo imperio y, luego, más locura aún requiere el
diseño de la aparente cordura que lo justifique y eternice.
Un extenso mapa de "razón" se pretende a sí mismo
todo imperio sobre todas las cosas.
A través de él pasarán millones de seres concibiéndose a sí
mismos y al mundo, de acuerdo a las marcas de esa cartografía absurda. Querrán
amar, ser justos o libres siguiendo coordenadas cerradas sobre sí mismas, que conducirán
tan solo a su propio artificio.
Pero ese mapa de las cosas, detenido en su gloria, no es las
cosas, siempre en constante mutación.
Un día vendrá la locura.
Ya inocultables brotes delirantes germinando frenéticamente
entre las hendiduras y agrietamientos, atravesando a tu cuerpo, al mío, al de
cualquiera que se vea alcanzado por la salvaje proliferación.
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