Nada ha sido distribuido de manera tan igualitaria como la
ilusión de pertenecer al Gran Circo de la Normalidad.
Aunque la gran mayoría de las personas de este mundo tiene o tendrá más temprano que tarde algún atributo que la sitúe dentro de alguna minoría desclasada; en alguna de las categorías del catálogo de lo indeseable.
Aunque la gran mayoría de las personas de este mundo tiene o tendrá más temprano que tarde algún atributo que la sitúe dentro de alguna minoría desclasada; en alguna de las categorías del catálogo de lo indeseable.
La circunstancia de ya no ser admitido está siempre latente.
Porque ese circo es itinerante. Cambia de lugar todo el
tiempo.
Es el modo que tiene de reinventar su negocio.
Cada traslado define otro adentro y otro afuera; otro diagrama, otra disposición; cada traslado
cambia los nombres de la infamia. Cada traslado cambia el show y al mismo
tiempo los requisitos que deben cumplir los espectadores. Saber qué se aplaude
y qué no. Cuándo se ríe y cuándo se exclama.
Quién no sepa o no pueda o no desee aplaudir, reír o
exclamar en el momento adecuado, sabrá cómo es estar afuera del show, casi de
inmediato.
Pero en algunos casos quienes han sido expulsados, aún tienen la posibilidad de reingresar. Será ahora como atracción. Serán parte del número destinado a las rarezas. El momento del horror y de la compasión, sentimientos muy comunes a la impostura de los Normales con la que disimulan el terror que tienen porque saben, íntimamente, que en cualquier momento pueden ser expulsados…o ser parte del show.
