"...cada bando, del lado del Bien, luchando contra el Mal. Ni uno ni otro existen..."
Perfecto reverso de la patrulla perdida en aquella isla ignorando
que la guerra había terminado: estamos en guerra desde hace tiempo sin darnos
cuenta.
Nadie se pregunta por qué ni cuando empiezan las guerras.
Todos tienen una explicación a su medida y con eso les basta.
No hay preguntas ni
explicaciones cuando la guerra no se ve.
Las caricias son un efecto desquiciado de la crueldad.
Cada sonrisa, estratégicamente planeada en una mesa de
arena.
Se dice “amor” a cada paso como camuflaje, o sembrando un
campo de minas. Los daños colaterales no pueden cargárseles a nadie, solo a la
imprudencia.
El frecuente estallido de bombas de adrenalina ha deshecho
la tenue atmósfera de la ternura.
Un reflejo del sol en una piedra nos despierta un odio
insólito.
La afrenta de cada buen día debe ser vengada.
Alegría reemplazada por su simulacro y convertida en
estandarte frente al cuál debe arrodillarse cada prisionero de guerra, antes de
las burlas y el escarnio.
Un par de tragos de la botella de la envidia en los
prolegómenos de cada batalla inexistente para darnos coraje.
El variado surtido de imágenes o drogas para no sentir
parece gratis.
Y ser implacables, sin piedad. Siempre.
Luego, quizás el futuro traerá el legado de los
constructores de la paz, que suele ser el desatino de un infierno parecido.