Las
fronteras se fueron disolviendo por aburrimiento.
Los ojos
desganados desmoronaron el último intento de las apariencias, ya sin razón de
ser.
El silencio
de las piedras disgregó a las alucinadas bibliotecas vengando a los libros
desterrados.
El dolor
recuperó el espacio vital derrotando a las estadísticas.
Las mentes recobraron
su plasticidad del olvido y con ella recuperaron los cuerpos su indeterminación.
Declinaron irremediablemente muchas palabras: alma, espíritu, naturaleza,
hombre, mujer; y otros crímenes similares.
La
inspiración fue provisoria y la expiración, contingente.
Se dirime cada segundo a dentelladas.
No hay cosas
por evitar.
Cada palabra
es la elegancia innecesaria de un bramido. Un resabio del misterio.
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