Nadie asiste al momento exacto en el que un río se congela.
Las ventanas tienden a detenerse en un mismo sitio. Tampoco
nadie advierte el instante en el que ocurre.
Algo se adormece. No suelen aparecer alarmas ante el horizonte
que se ha truncado.
Se ven las mismas cosas de siempre.
Más peligroso aún: las mismas cosas de siempre pasan a tener
nombres que resuenan siempre del mismo modo. Día tras día es el mismo día: los
calendarios tornan un gasto inútil.
Correr la cortina no significa otra cosa que correr la
cortina. Lo mismo descorrerla.
Abrir la ventana no es otra cosa que abrir la ventana. Da
igual cerrarla.
La quietud se queda a vivir de un lado y del otro, muerta,
como la quietud vive.
Pero hay más allá de las ventanas, su marasmo y la confusión:
solo las ventanas son las que se han detenido. Y quienes se han identificado
con ellas.