Máquina
paranoica, sobreescribiendo obsesivamente sentidos sobre lo que no podría
tenerlos, sobre lo que no los necesita.
¿Acaso habría sociedad si no
hubiese un sistema de delirios que la amalgame?
¿Qué otra cosa un credo
religioso? ¿O toda creencia, a secas?
¿Qué otra cosa un soberano por
mandato divino?
¿Qué otra cosa la soberanía de
quienes lo reemplazarán después de cortarle la cabeza?
¿Otra cosa que delirio es una
frontera?
¿No es un detonado delirio la
identidad?
¿Algo más delirante que la
historia, que las interpretaciones encontradas de un pasado enigmático?
¿Y el capital? Jinete delirante y
ciego montando bestias multitudinarias sumisas y desquiciadas….
Tal sea a la vez el delirio lo
que las mantiene provisoriamente estables y las gobierna.
Quizá sea imposible una sociedad
sin un corte imaginario-delirante que detenga por un momento (algunos siglos
digamos) el devenir incesante del Caos en el que todo sería imposible, porque
todo es en él posible al mismo tiempo.
Los modos finitos no pueden sino
sentirse abrumados frente a la potencia absoluta de la cual provienen.
Pequeños refugios delirantes: pueblos, naciones, y diversos dispositivos
funcionales y ornamentales, como gobiernos y gobernantes, leyes y leguleyos,
mercados y mercaderes, academias y académicos, safaris a delirios exóticos y free
shops, hospitales y psiquiatras; museos, teatros y artistas....
Millones de paranoicos creyendo
en la realidad, temiendo que el futuro no sea venturoso.
Miles de millones de paranoicos
matándose entre sí por defender sus respectivos delirios de los delirios
ajenos.
Miles de millones de paranoicos
hablando de amor.
Miles de millones de paranoicos proliferados en tiempo y espacio buscando
felicidad, el delirio del delirio.
No está mal.
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