Son
insoportables. Francamente insoportables.
Hace nadie
sabe cuánto tiempo ya, o más tiempo aún, que están esperando la salvación. Algo
que los salve. O alguien. Como sea que pueda decirse.
Pero no está
muy claro de qué se tendrían que salvar.
Algo han
perdido en el camino. No se sabe qué, pero eran felices ayer.
Si pudieran
retroceder un día en el tiempo se darían cuenta que ayer eran felices anteayer,
y así indefinidamente; por lo que sería complicado encontrar el momento en el
que perdieron eso que creen haber perdido.
Por otra
parte, temen seguir perdiendo algo mañana, algo muy valioso que no podrían precisar,
ni apreciar hoy, pero que de seguro está.
Lo que los
salve, sea algo o alguien, los protegerá de seguir perdiendo cosas que no saben
bien cuáles son y les restituirá la felicidad perdida siempre en el ayer del
hoy en el que tienen algo que deberían poder apreciar porque temen perder, pero
sin poder precisar de qué se trata.
Mientras
tanto no pasará mucho tiempo hasta que sedimente la suspicacia: “ese cuerpo
tiene lo que el mío necesita para que yo me salve…”
Pero evidentemente,
quienes se sienten condenados no estarían nunca dispuestos a cederle a alguien
nada que les sobre, porque todo les falta.
“…Mi
cuerpo no tiene nada. Los otros cuerpos lo tienen todo…”
Quizás se trata de que hay
demasiado espacio y demasiado tiempo para llenar cuando nada concluye ni tuvo
principio. Lo cual es ciertamente aterrador, y en ese caso no viene mal
inventar un par de tragedias, y llevarlas a cabo de ser posible para anestesiar
el horror vacui que le espera en cada instante de silencio a cada cual.
Tragedias en las que es proverbial la derrota y el escarnio de quienes creen
que esta vez sí podrán ganar la partida.
Previamente hay una tarea
ineludible: enseñarles a los espejos a engañar y después borrar de la
conciencia las pruebas de la ignominiosa tarea. Parecerá que los espejos han
sido esclavizados. Pero habrán sido aceptados como amos despóticos. Esa
operación permitirá creer en algo que se parezca a la identidad personal y
permitirá soportarla sin pulverizarse de vergüenza cósmica.
Y el deseo de salvación:
la otra cara de esa moneda.
Círculo vicioso. La cuenta
regresiva de un cóctel explosivo, que no termina de llegar al cero.
Son proverbiales algunas
cosas.
El pensamiento mágico; la
disposición a caer una y otra vez en el embuste de curanderos pícaros que esta
vez sí tienen la poción milagrosa que acabará con todos los males.
Y un sofisticado sistema
de eufemismos, que logran suspender provisoriamente la ley de la gravedad y dar
por sentado y entendido lo que nadie ha comprendido nunca.
Muy cada tanto sucederá:
algún curandero será linchado.
Y también muy cada tanto,
un ataque repentino de parresía colectiva habilitará dos o tres palabras simples
que son las que bastan para reconocer que siempre todo estuvo cayendo segundo a
segundo hacia ningún fondo mientras sigue funcionando una máquina absurda que
requiere como combustible toda la vitalidad que tengan a mano.
Por inanición, son insoportables.
Decididamente.
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