Hay que descifrar signos encriptados para poder desactivar el estallido.
Pero cada develamiento desencadena una operación mágica sobre el grafo que le sigue, haciéndolo más enigmático aún. La detonación será en algún momento incierto pero inexorable.
Nadie sabe cuanto tiempo resta. Sólo queda cada instante.
El cuerpo ,así, en el ínfimo entresijo entre un segundo y el que sigue, se ha hecho inmenso, intenso, casi tan vasto como todas las galaxias.
Eterno, como cada última palabra.
Revelador como el primer gesto antes de todo.
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