Esa Historia, qué otra que la del tiempo perdido.
La de lo que no pudiera perderse antes de la invención de la
pérdida y del tiempo.
Y en plan de invención, solo historia cabe...
Hay un acervo abrumador e indescifrable de fotos viejas; hay
laberintos de anaqueles polvorientos
atestados de papeles escritos, documentos, testimonios y reseñas; hay millones
de datos atrapados en semiconductores, y los habrá a disposición en cualquier
otra manera de registro que pudiera
inventarse; para interminables interpretaciones , hermenéuticas sin fin,
precipitándose unas sobre otras, tropezándose calamitosamente y en el extremo
abismándose hacia las más variadas maneras del delirio, vituperando o
glorificando a los amos, condoliéndose de los esclavos o aceptándolos como algo
inevitable, decretando héroes y traidores a los unos o a los otros según a
quién convenga.
Como un persistente intento de reconstruir la escena de un
crimen, tarea proverbialmente inútil. Pero ya sabemos que en estas cosas
imperan las segundas intenciones…
El mismo fracaso ha aguardado a todos, inexorable. Pero unos
detrás de los otros se han relevado en la ambición de ser el primero en
alcanzar el prodigio.
La Historia Increíble está porque se necesita creerla, lo que
alimenta monstruosas derivaciones.
Más allá de toda fascinación no acecha verdad alguna. Más
allá de toda fascinación hay otra fascinación.
Más allá de cualquier desencanto aguarda la misma ingenuidad de siempre.
Y aún más allá, no hay nada.
Hay sí una misteriosa necesidad de adueñarse de lo que no
existe, aun cuando insistentes e insoslayables son las evidencias de que sólo
tragedias aguardan a quien lo intente. La Historia es también el recuento de
las tantas veces en las que la pedante desmesura pretendió no ser alcanzada por
la tragedia, su sombra.
Misteriosa necesidad de adueñarse del próximo segundo, que no
existe sino como como una insoportable incertidumbre. Para aliviarla se
inventará el segundo anterior durante este segundo que comparte su naturaleza
con los otros dos.
La invención de la Historia es una tautología que habla de
los tres segundos que nos encierran en su alucinada imposibilidad.
Las cosas aun así suceden.
La del tiempo perdido no es la Historia de la Pérdida del Tiempo.
Amos o esclavos, biunívocos amantes mutuamente despreciados
y fatalmente unidos por el estupor de no saber quién los puso en ese lugar.
Héroes o traidores fascinados entre sí hasta la extenuación.
Millones de seres no han visto ni amos ni esclavos, ni
héroes ni traidores más que en el fermento de sus imaginarios. Cada posición es
indefinida, ambigua, desdibujada. Esos
fantasmas intercambian roles como si danzaran en torno a la incerteza, para desintegrarse
finalmente en el aire al tocarse los unos con los otros.
Miles de millones de seres han perdido el tiempo intentando ser o no
queriendo serlo, intentando parecerse a un héroe sin saber qué es un héroe,
traicionando con sus mejores intenciones,
siendo el amo o el esclavo alternativamente muchas veces en un solo día.
Todos ellos al mismo tiempo que se pierde a sí mismo en tu
espejo, el de tu amo, el de tu esclavo, allí donde debería haber un héroe y ni
siquiera hay un traidor.
El suelo se mueve bajo los pies, las geografías enloquecen,
se difuminan: y nadie puede asegurar no estar en realidad extraviado en indescifrables
andurriales buscando el destino de sus pasos.
El infierno no es otra cosa que creer que hay algún paraíso
por recuperar, perdiendo un tiempo precioso del tiempo de no llegar a ningún
lado.





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